miércoles, 24 de diciembre de 2008

Canciones hacia el futuro


Mi amiga Irene [prohibido poner un link de su blog] me ha pedido que elija una canción para celebrar el año nuevo, supongo que para un disco recopilatorio o algo así. Como de mesura entiendo poco, he acabado eligiendo dos, las dos curiosamente un poco antiguas. Las cuelgo aquí para felicitaros estas fiestas.

The Zombies- This will be our year



The Kinks- This time tomorrow



(Y 2009 será aún mejor)

miércoles, 17 de diciembre de 2008

Casi conocí a una casi famosa



Una noche del pasado verano fui a dar, no sé cómo ni por qué, a la inauguración de una de esas discotecas con aspiraciones moderno-ibicencas que proliferan en la costa, el tipo de sitio donde no te dejan entrar con deportivas pero sí con sandalias. Habían contratado, supongo que como reclamo o promoción, a una medio famosa que había sido novia de alguien o aparecido en algún gran hermano, o quizá las dos cosas. No recuerdo su nombre (no es que quiera salvaguardar su identidad ni nada parecido, es que realmente no recuerdo su nombre) pero creo que me explico bien si digo que era uno de esos personajes que pululan por nuestra televisión sin oficio ni mérito conocido.

Tampoco sé por qué, pero al avanzar la noche me deslicé junto a ella en la barra donde estaba sin hacer nada (pese a ser “famosa” y el supuesto reclamo de la discoteca parecía llamar poco la atención de la gente). Nuestra conversación se centró, precisamente, en su condición de reclamo humano. Supe así que aquel era su único ingreso, que inauguraba o visitaba discotecas casi a diario y que cobraba por ello poco más que una camarera, que sus apariciones en televisión eran últimamente poco frecuentes y rara vez remuneradas, que tenía que compartir piso con una auxiliar de dentista para permitirse un alquiler en Madrid. No sé si llegué a sorprenderme por aquellas revelaciones pero mientras la miraba (tenía el pecho operado y un rostro extraño) tuve ganas de preguntarle si no creía que este mundo estaba enfermo, que nuestros conceptos de triunfo y de persona que debía ser admirada eran erróneos hasta lo malsano, ya antes cuando el triunfador era el tipo con poder y dinero, y ahora cuando el digno de admiración es el que solamente sale por la tele, sin importar si no tiene absolutamente nada o si su vida es un completo desastre. Quise decirle todo eso, pero en su lugar la invité a otra copa (supongo que hice un poco el primo porque en su contrato estarían incluidas las copas), aguanté un par de silencios incómodos, me di tiempo suficiente para empezar a sentirme perdido en aquel lugar y me marché a casa con cara de idiota.

Y ahora se me ocurre que un lector atento y antiguo de este blog se puede estar preguntando por qué todas mis historias acaban igual, siempre sin concluir, como si nada pasase en ellas, y conmigo pasmado con cara de idiota. Y se me ocurre que a lo mejor mi vida es así, que me paso el día viendo cómo suceden las cosas nimias con cara de idiota. O a lo mejor, sólo a lo mejor, mientras veo las cosas nimias convertirse en monstruos mi cara resulta ser la de un idiota.

viernes, 12 de diciembre de 2008

Bolaño


“Que es como decir, muchachos, les dije, que veía los esfuerzos y los sueños, todos confundidos en un mismo fracaso, y que ese fracaso se llamaba alegría” (Los detectives salvajes)

Leí en prensa hace unos días que Bolaño está arrasando en Estados Unidos, que su novela 2666 ha sido elegida la mejor del año por la revista Time y que hasta podría ser una seria candidata para el Pulitzer. No puedo dejar de alegrarme por el éxito de un autor que está entre mis favoritos desde que leí Los detectives salvajes, que siempre vivió la literatura, y perdón por la cita, con una honestidad brutal, y que sin embargo sólo pudo vivir de ella casi al final de su vida. Su prestigio no ha hecho sino crecer desde su temprana muerte, pero en el mundo hispánico ese prestigio parece relegado al del escritor de culto, entronizado por el boca a boca, sin demasiado protagonismo en los medios ni los ámbitos “oficiales”. No piso una facultad de letras desde hace cuatro años y jamás he escuchado el nombre de Bolaño en una de ellas; allí siguen resonando Vargas Llosa, García Márquez… los popes del boom, los más modernos del año 68. No voy a cometer la estupidez de despreciar la obra de éstos para ensalzar la de otro, sigo considerando las primeras novelas de estos autores clásicos del siglo XX, pero reconozco que, exceptuando siempre a Cortázar, estos tipos con el paso de los años han llegado a caerme francamente mal, a resultarme unos plomizos más desvelados que el pobre progre Aute, unos gilipollas capaces de dejar de hablarse por su “opinión política sobre Cuba”, en fin, unos falsos y unos mafiosos aprovechados.

Yo estaba hablando de Bolaño y me voy donde no debo. Decía que me alegro de su éxito póstumo en Estados Unidos, pero hay algo en ese éxito que me resulta extraño y desnaturalizado. Para empezar porque la gran impulsora de 2666 ha sido, agárrense, Oprah Winfrey, la presentadora súper-magnate que a mí no deja de recordarme a una Ana Rosa Quintana a lo grande (en todos los sentidos). La señora Winfrey, en su talk show, tiene un club de lectura desde el que recomienda libros con tal repercusión que es capaz de hundir una novela o proporcionarle ventas millonarias (véase el caso del año pasado de La carretera de Cormac McCarthy, que llegó a hacerse con el Pulitzer tras ser recomendada en el programa; La carretera para mí es una buena novela, pero a años luz de la obra maestra de McCarthy que es Meridiano de sangre). Hay quien dirá que esto es una muestra de que en Estados Unidos están más avanzados que aquí, que en el equivalente yanqui de El diario de Patricia se recomiendan libros, y no cualquier libro precisamente. Puede ser. Pero a mí me rechina. Serán mis prejuicios, no me imagino a millones de amas de casa estadounidenses con 2666 debajo del brazo. No lo entiendo. A ese tipo de gente que vive en barrios residenciales que parecen Disneylandia y que van a misa todos los domingos me los imagino leyendo La Catedral del Mar o El Niño del pijama de rayas, pero no me los puedo imaginar leyendo a Bolaño. Bolaño fue siempre, perdón otra vez por la cita, a contracorriente, casi huyendo del éxito, destilando un odio visceral a eso que llaman “vida literaria” (hay una memorable entrevista circulando por Internet en la que le preguntan si se tomaría un café con su compatriota Isabel Allende y responde, logrando sonar cínico y modesto a la vez, algo así como para qué, qué va a tener él que hablar con esa señora). La literatura de Bolaño es una literatura de la destrucción, del ocaso, está poblada por jóvenes que queman sus vidas tras un sueño difuso, incomprensible a veces también para ellos, de niñas violadas y asesinadas, de melancólicos enfermos que se inmolan por ser literatura. La literatura de Bolaño quiere destruir el mundo de cosas ordenadas, de racionalismo y dinero, ese mundo en el que precisamente ahora está triunfando. Bolaño, por mucho que ahora venda millones y lo adornen con premios, siempre tendrá el adolescente aroma del fracaso, y siempre lo enarbolará como una bandera.







lunes, 8 de diciembre de 2008

Tiempo amarillo



Leyendo amarillo, de Félix Romeo. Un libro muy bueno pero pegajoso, con un estilo tan marcado, obsesivo a veces, que deja uno de leer y sigue pensando como si estuviera dentro del libro, como si narrara su propia vida en una carta a alguien que ya no está.

Trata del suicidio de un amigo del autor, el también escritor Chusé Izuel, en el año 92, cuando ambos tenían poco más de veinte años. No es una investigación sobre el suicidio, no es una biografía del amigo muerto, es solamente un intento de enumerar las piezas de un puzzle imposible de recomponer, de intentar saber quién era cada uno y cuánto desconocía del otro.

También yo tuve a alguien que se suicidó, pocos meses antes de cumplir los veinte. Al leer voy reconociendo en Chusé pequeños gestos a los que no di importancia en su día: los tics del suicida, un pequeño código premonitorio sólo una vez consumada la muerte, cuando el toro ha pasado y es fácil dar significado a las cosas. Me van asaltando otra vez aquellas preguntas, las que todos los que nos quedamos aquí nos hicimos sin poder responder, la sensación de no entender la historia completa, en realidad de no entender nada.

Voy enfrentándome con quienes éramos pocos meses antes de cumplir los veinte.

(También yo intenté escribir un libro sobre tu muerte.

No lo acabé nunca.)

lunes, 1 de diciembre de 2008

Aburrimiento



Todos los libros comienzan con alguien que se aburre. Don Quijote inventa un nuevo mundo como modo de escapar de su mundo de mirar las horas junto al ama y la sobrina. Madame Bovary se convierte en Don Quijote por la monotonía y el hastío de su matrimonio provinciano. El punto de partida de la historia es el punto de partida del escritor: la insatisfacción de la normalidad. Aquiles se inmola en la batalla como única forma de escapar de una vida vulgar y forjarse un destino de héroe.



lunes, 24 de noviembre de 2008

La huida



Un día al volver del trabajo, sin comprender demasiado bien por qué (porque es temprano, porque aún no tiene ganas de llegar a casa), permanece sentado en el metro mientras ve el cartel de su estación, la estación de todos los días, alejarse poco a poco hasta que se sumerge de nuevo en lo oscuro. A partir de este instante el tren que tan bien conoce va a llevarle a lugares extraños, piensa, pequeños rincones de la ciudad que no ha visitado en toda una vida. Después de algunas paradas pocas veces vistas pero aún familiares, el tren abandona el subsuelo y se lanza al exterior, deja de ser metro para ser realmente tren. Observa los edificios nuevos, cada vez más bajos hasta que se convierten en casas. Y esto ya es el campo. Llegado un momento experimenta un extraño placer al pensar que si apareciese allí de repente, si por ejemplo un grupo de bandidos en la calle le tapasen la cabeza, lo metiesen por la fuerza en un coche y después de un trayecto lo soltasen allí, no podría volver a su casa, tendría la desorientada sensación de no saber si está aún en su ciudad o en un país extranjero. Al final el tren se detiene y debe bajar. De repente la excitación de contemplar un mundo nuevo a través de la ventana se convierte en miedo, miedo reflejado en la bocanada de aire caliente que le escupe en la boca. La estación está vacía. La quietud de todo contrasta con la velocidad con la que se sucedían los paisajes. Desorientado, aún acobardado, se acerca a la ventanilla de billetes donde un hombre adormilado lo mira sorprendido, como si no entendiese su traje y su maletín de oficina. Qué le trae a usted por aquí, le pregunta antes de que pueda abrir la boca. Y él se siente totalmente absurdo, incapaz de explicar su huida, pero aún así sabe que no puede mentir, que después de llegar hasta allí tiene que decir a aquel hombre que simplemente quería estar en un lugar donde nunca había estado, ofrecer a sus ojos un alimento que nunca habían probado y no la sopa de todos los días. Está esperando que le traten de loco, que le digan vaya una tontería, váyase a su casa que lo estarán echando de menos, pero el hombre de la ventanilla simplemente sonríe y le extiende un billete. Lo mira y responde, éste no es un billete para volver a la ciudad. El hombre de la ventanilla sigue sonriendo, no qué va, es un billete para que vaya usted un poco más lejos.


miércoles, 12 de noviembre de 2008

Sobre poesía (actual tirando a vieja)


1
Me cansan ciertos poetas que se vanaglorian de lo urbanitas que son haciendo poemas a los taxis, a cenas en restaurantes caros o a los productos de limpieza. Buena parte de la poesía autodenominada de la experiencia consiste en una oda a la cotidianeidad vacía, a esa podredumbre espiritual en que ha devenido lo que llaman postmodernidad y que sólo es otro disfraz de la sociedad de consumo. Ver (o comprar) en lugar de ser.
2
Estos poetas nos muestran las cosas de todos los días, pero son incapaces de mostrarnos el reverso de las cosas de todos los días. Ya ni siquiera son capaces de disfrazar de ironía su costumbrismo.
3
Es precisamente lo cotidiano lo que debe ser, si no destruido, desautomatizado. No tomar las cosas como vienen dadas, buscar en su interior un pequeño milagro ¿Por qué el bidé sirve para lavarse y no para guardar los discos? ¿Por qué un ascensor ha de ser sólo un lugar de paso?
4
Los verdaderos poetas de la experiencia debieran ser cronopios, no catedráticos.

jueves, 6 de noviembre de 2008

Toni Morrison y Obama

Recuerdo que hace unos años, antes del fenómeno Obama, en una entrevista a un diario español, la premio nobel Toni Morrison era preguntada acerca de la posibilidad de que un negro fuese elegido Presidente de los Estados Unidos. Morrison respondía que ese momento estaba sin duda muy cerca, pero que existía una serie de políticos negros diseñados por el hombre blanco (siento expresarme en términos tan demagógicos, pero así hablaba la novelista), que habían tenido la misma educación que los blancos y que pensaban exactamente como los blancos. Citaba como ejemplo de este tipo de políticos a Condoleezza Rice y a Colin Powell. Según ella, era muy posible que alguien de este calado llegase a la Casablanca en breve, pero que en cualquier caso su elección sólo serviría para paliar el superficial estigma de no haber elegido nunca a un presidente negro, cuando en realidad todas las cosas seguirían igual.

Con esto quiero decir que el simple hecho de que Obama sea negro no garantiza que vaya a ser un presidente más progresista que, por ejemplo, Clinton (asumo que sí será más progresista que Bush). Creer que el color de piel de una persona va a determinar sus ideas políticas es tan iluso como creer que el sexo también las determina ¿Creían los británicos en 1979 que, al haber elegido a una mujer como primera ministra, su sociedad iba a ser más justa e igualitaria? Recelo por tanto de quienes consideran el día de ayer un gran paso en la historia. Ese paso sólo puede darlo Obama con sus actos.

lunes, 3 de noviembre de 2008

Lugares propicios

Esta mañana estaba parado en un atasco mirándome la barba de tres días en el espejo retrovisor (a eso ha quedado reducida mi rebelión contra el mundo, a ir al trabajo sin afeitar; me hace pensar que, aunque sólo sea en un pequeño detalle, no he pasado por el aro), escuchando en la radio Looking out my back door de la CCR cuando, al girar la cabeza al ritmo de la música, he visto al tipo del coche de al lado, un Ford Mondeo, llorando desconsoladamente. Lo primero que me ha llamado la atención no es que estuviera llorando, sino la forma en que lo hacía: no se tapaba la cara con las manos, no agachaba la cabeza, seguía mirando al frente y lloraba a lágrima viva sin tratar de ocultarlo. La música, las ventanas cerradas y el aire corriendo entre los dos coches me han impedido comprobarlo, pero por los gestos de su boca diría que estaba gritando, que lloraba berreando como un bebé. Al principio no he querido prestarle mucha atención, si uno lo considera detenidamente un atasco en una autovía camino del trabajo a las siete de una mañana de noviembre es el lugar más propicio del mundo para llorar, pero, conforme pasaba el tiempo y el atasco no se movía, veía al tipo llorando con su cara desencajada y he comenzado a obsesionarme. Después de reflexionarlo mucho he cogido un cigarro y me he bajado del coche con la intención de golpear amistosamente su ventanilla y ofrecérselo como pequeño gesto de comprensión, como diciendo “sino fuera porque no me he afeitado esta mañana yo también estaría llorando”, pero justo cuando he bordeado mi coche y estaba a unos pasos del suyo el atasco se ha puesto en marcha otra vez. El tipo ha arrancado el motor y ha salido disparado, por poco me lleva a mí por delante, y yo he tenido que volver corriendo porque los coches de mi fila ya estaban pitando impacientes.

sábado, 1 de noviembre de 2008

Dylan

Llevo toda la tarde disfrutando del último volumen de las bootleg series de Dylan cuando… ¡casualidad! Descubro que The New Yorker publicó hace no mucho dos poemas inéditos suyos que, junto con la música y la lluvia en la ventana, me han provocado una melancolía un poco tonta.

after crashin the sportscar
into the chandelier
i ran out t the phone booth
made a call t my wife. she wasnt home.
i panicked. i called up my best friend
but the line was busy
then i went t a party but couldnt find a chair

jueves, 23 de octubre de 2008

Cada día me parece más obsoleta la vieja noción vanguardista del artista como creador con mayúsculas, como demiurgo elevado por encima de los mortales. Cada día estoy más convencido de que la belleza, como la energía, no se crea, sino que es perenne y huidiza. El oficio del artista sería el de encontrarla, la esencia de técnicas como el ready made o el collage en la literatura consiste solamente en eso: en invitarnos a mirar las cosas con otros ojos, a hacernos creer que nuestro mundo está infectado de belleza y que sólo es necesario cambiar de lente para descubrirlo.

El arte ya está creado, está ahí, imaginémoslo por un segundo como partículas flotando en el aire, imaginemos que esas partículas entran en combustión cada vez que se rozan con los ojos adecuados.

sábado, 18 de octubre de 2008

La batalla de las Ardenas

En el año 2020 Francia decidió expulsar a los millones de inmigrantes sin trabajo que hacinaban sus campos de concentración esperando a que se les diese una utilidad. Al ser demasiado costoso repatriarlos uno a uno a sus países de origen (entre otras cosas porque muchos ya no tenían país de origen), se decidió que lo más humano sería hacerlos salir de Francia a pie por la frontera con Bélgica, ya que hacerles cruzar los Pirineos equivaldría a otra sentencia de muerte. El ejército sería el encargado de acompañarlos hasta abandonar el país, debidamente armados para atajar más que probables rebeliones. Las autoridades belgas, sin embargo, se cansaron de decir que no aceptaban en su territorio esta enorme masa de expulsados y que no consentirían que Francia echase sus problemas por la puerta de atrás. Como nadie en Francia se dio por aludido y el proyecto de expulsión unilateral siguió adelante, Bélgica dispuso su ejército en la zona más llana de las Ardenas, por donde previsiblemente llegarían los inmigrantes, para no dejar a nadie cruzar la frontera sin permiso. Tras un penoso viaje a pie a través de toda Francia, los expulsados llegaron al valle en cuestión donde limitan los dos países. El ejército belga vio una línea de miles de personas que, empujada desde atrás, cruzaba la frontera que ellos se habían propuesto defender. Como nadie se detenía al atravesar la línea imaginaria (eran empujados, cada vez con más ansiedad, por los franceses), tras unos segundos de vacilación, abrieron fuego. Los inmigrantes que estaban en segunda línea, al ver que lo que tenían enfrente era un fusilamiento seguro, intentaron dar la vuelta hacia suelo francés, pero se estrellaron contra los escudos y las tanquetas que los habían arrastrado hasta allí. Durante unos minutos el ejército belga disparó contra una masa de gente de espaldas, gente de rodillas, gente en el suelo que era arrastrada siempre hacia el este. El gobierno belga afirmó que a continuación el ejército francés cruzó la frontera e invadió su territorio, probablemente porque ya habían expulsado a todos los inmigrantes pero continuaban avanzando, empujando ya a nadie pero aún empujando. El gobierno francés, por su parte, afirmó que el ejército belga abrió fuego indiscriminadamente y sin motivo contra el ejército francés, probablemente porque ya no quedaban inmigrantes de pie que pudieran servir de escudo, y que las balas belgas fueron las que invadieron suelo francés, además de cabezas y pechos también franceses. El caso es que los dos ejércitos, una vez desaparecida la línea imaginaria encarnada por inmigrantes de carne y hueso, se enzarzaron en una batalla a campo abierto que acabó con la casi total destrucción de ambos bandos. Un helicóptero de televisión que grababa estupefacto lo que estaba sucediendo, cruzando en su vuelo una y otra vez la frontera, fue derribado por un misil de procedencia desconocida y se estrelló en suelo francés.

sábado, 11 de octubre de 2008

Jesús



Vi a Jesús. Vi al bendito niño Jesús que se me acercaba desnudo y con los brazos abiertos. De su entrepierna surgía un resplandor de oro puro que le tapaba las vergüenzas de tan brillante que era. No pude sostener su mirada limpia y profunda: lo miraba a él unos segundos y después tenía que bajar los ojos para mirarme las rodillas (estaba de rodillas en el suelo). Mucho antes de que empezase a hablar yo ya estaba llorando, lloraba porque estaba viendo al niño Jesús, pero cuando empezó a hablar (con una voz de abismo que no era la de un niño, era la voz de un dios) me estremecí, comencé a gemir como un perrito y creo que hasta me meé encima. “Manuel”, me dijo, y seguramente fue entonces cuando me meé, porque hacía años que nadie me llamaba Manuel, todos me llamaban Sarita. “Manuel, qué estás haciendo con tu vida.” Aquí quise hablar y contestar, no lo sé niño Jesús, estoy perdida, pero no me salió la voz. Entonces comprendí que no había terminado de hablar, que aquélla era una pregunta retórica y que a Dios no se le contesta. “Manuel endereza tu vida, aún estás a tiempo.”

Cuando desperté aún estaba en los baños de la gasolinera de Juan, que me deja siempre las llaves para trabajar, pero el tío al que se la estaba chupando, un hombre de unos cincuenta años muy simpático llamado Matías, se había ido. Me extrañó que Matías me hubiera dejado tirado así, era un hombre muy bueno que venía todos los lunes a que se la chupara. Normalmente se preocupaba por mi vida, me preguntaba si me hacía falta algo y pagaba muy bien. Dejé allí la peluca y los tacones y me fui andando descalzo a casa.

Sabía que en casa no lo entenderían, que se iban a reír de mí. No me importaba: les conté a todas que había visto al niño Jesús y que me había conminado a cambiar de vida, que a partir del día siguiente volvería a ser Manolo y que iba a ser una buena cristiana. Cristiano. “Sarita, lo que a ti te ha pasado”, me dijo Reichel, “es que te has metido demasiado Speed.” Sonreí. “Puede ser. Pero Dios está en todas partes. También en el Speed.” Y después Xena, con esa boca de veneno que tiene, “A ver bonita, por qué Jesús quiere que tú te salves y nosotras le damos igual. Que yo sepa aquí cagamos y meamos todas y no creo que tú seas mejor. Qué tienes tú de distinto.” Xena, puta envidiosa.

Al día siguiente me puse la poca ropa de hombre que me quedaba (unos vaqueros no muy ajustados y una camiseta del día de la bici de El Corte Inglés) y salí a la calle a buscar una Iglesia donde purificarme. Contaría al cura mi larga lista de pecados y le diría que estaba a total y entera disposición suya para dar mi vida a Dios. Caminé durante horas y pasé por la puerta de varias iglesias. Me paraba frente a sus puertas pero no entraba. En aquel momento no entendía por qué, pero aquellas no eran mis iglesias. Dios tenía su plan medido al dedillo. A la cuarta o quinta iglesia que encontré volví a ver al niño Jesús, esta vez pintado en la fachada. Era exactamente la misma imagen que se me había aparecido la noche anterior: el niño dios con los brazos alzados y su entrepierna luminosa. Si aquello no era una señal que bajase Dios y me lo explicara mejor.

Me costó unos segundos habituarme a la poca luz del interior de la iglesia. Pude ver la silueta de un hombre en una escalera reparando algo en la pared. Le pregunté si era él el cura y, sin hablarme, se limitó a señalar a otra silueta negra que estaba barriendo el altar. Me acerqué al altar y a la silueta a la vez que mis pupilas se iban dilatando. “Señor cura”, dije, y la silueta se giró para mirarme y entonces pude verlo de frente. Me acordé de las palabras de Xena. Ya lo entendía todo. Efectivamente, a Dios le importaba un comino si yo me salvaba o no. Yo sólo era una oveja descarriada de los miles de millones de ovejas descarriadas que hay en el mundo, no podía preocuparse por mí en particular. Sin embargo, aquél era un caso distinto: el pastor se había descarriado, era el guía el que estaba perdido y podía acabar tirando a todo su rebaño por un precipicio. Dios se me había aparecido no para salvarme, sino para que le ayudase a salvar a su pastor, el pastor era importante y yo no.

Me acerqué a él con los brazos abiertos, como si yo fuese el niño dios, y le grité: “Matías ¿por qué te fuiste anoche?”.


martes, 7 de octubre de 2008


2
Al interpretar los sueños los despojamos de su carácter de sueños, intentamos darles una enjundia racional que no tienen, los convertimos en otra cosa: piezas de museo, Literatura, espectáculo…

3
Hoy he soñado que vomitaba lana. Me curvaba hacia delante, tosía con dolor y de mi boca escapaba una gruesa hebra de lana. Cuando ya había vomitado suficiente contemplaba con agrado que al caer al suelo la lana estaba formando un perfecto ovillo. Entonces deseaba separarme de él y cortaba con unas tijeras el último hilo que conectaba mi estómago con el ovillo. En mi boca quedaba un pequeño hilo colgando, como cuando en los dibujos animados el gato se come a un ratón y la cola de éste aún le asoma entre los dientes.

miércoles, 1 de octubre de 2008

El quince de marzo de 2004 yo estaba en la línea dos (la azul) del metro de París acompañando a una amiga que buscaba la cafetería donde, todos los jueves por la mañana, Alejandro Jodorowsky leía el tarot a quien quisiera. Teníamos que llegar temprano porque, según mi amiga, siempre había un reguero de peregrinos, sobre todo chilenos, mexicanos y españoles, esperando a que les leyeran su vida. Yo no creía en el tarot, pero iba pensando todo el tiempo en El Topo, una película que a los diecisiete años me había parecido muy importante pero que había olvidado hasta esa misma mañana, cuando mi amiga me pidió que la acompañara. Pensaba en El Topo y pensaba en los muslos de la chica con quien la había visto. Entonces me tragaba películas del todo incomprensibles por estar cerca de unos muslos, me dije a mí mismo en el metro, y de vez en cuando miraba de reojo los muslos de la otra chica a través de la oscuridad chirriante de los túneles de París. Estos segundos muslos, los del tarot, los miraba por costumbre, no estaba allí sentado para mirarlos o para tenerlos cerca. Estaba allí sentado porque aquella chica era mi amiga y porque ir a que nos echaran las cartas me parecía un plan lo suficientemente extravagante como para emplear una mañana. Con la chica del Topo nunca conseguí nada. (Pensaba en todas las mujeres con las que nunca había conseguido nada. Pensaba en un monje budista quemándose en las puertas de la embajada de Estados Unidos). Habíamos cogido el metro en Villiers, teníamos que bajarnos en Ménilmontant; el viaje no podía llevarnos más de media hora, pero yo ya estaba repasando mi vida y pensando en las protestas contra la guerra de Vietnam. Comenté a mi amiga que podíamos parar en Barbès-Rochechouart a almorzar, pero me contestó que ni hablar, que cuanto antes llegásemos mejor. Yo me empezaba a impacientar. ¿Media hora? Se me ocurrió que todo aquello era un sueño con interpretación alegórica, que éramos dos peregrinos atravesando el desierto (un desierto negro y ruidoso) para encontrar al gran Mago de Oz, que el viaje sería larguísimo y al llegar descubriríamos que el Mago era un fraude, que la magia estaba en nosotros y que el camino nos habría ayudado a encontrarla. (Pigalle). ¿Media hora? Pensé entonces que no había alegoría posible, que todo era mentira, que el viaje sería eterno y nunca nos bajaríamos del tren.

jueves, 25 de septiembre de 2008

Ausencia




ESTE sueño, que acabo de soñar y en cuyo tenue borde te hiciste no visible, limita con la nada.

domingo, 21 de septiembre de 2008

Nos encontramos en Londres, en la Tate Modern, ambos mirando el mismo cuadro, ignorando cada uno a la persona que tenía al lado, hasta descubrirlo de soslayo, volver la cabeza y mirarnos de frente. La sorpresa congeló el momento y sólo dijimos banalidades, qué pequeño es el mundo, dos mil kilómetros de distancia y nos encontramos aquí, qué casualidad. Alguien pudo haber dicho, pero no lo hicimos, aquello de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas. Yo pude haber dicho, pero no lo hice, que ninguna otra persona además de nosotros hubiera reparado en ese cuadro: una muchacha leyendo sola en una habitación de hotel, un cuadro que ni siquiera pertenecía a ese museo, un cuadro que significaba otra cosa para ti y para mí. Pude haber dicho, pero no lo hice, que había venido solamente para verlo, que cuando me enteré de la exposición decidí tomar el Eurostar y cruzar el canal de la Mancha, que había llegado aquella tarde y probablemente me iría esa noche porque no me había preocupado ni de buscar hotel. Pude haber dicho, pero no lo hice, que aquella era la última tentativa de una absurda búsqueda consistente en intentar ver el mundo con tus ojos, que me movía por París intentando ser tú, tratando de adivinar qué lugares disfrutarías visitando: iba al cine a ver películas que, pensaba, podrían gustarte, a bares y a conciertos que respondían a tus aficiones, a plazas y a jardines desde los que se veían los atardeceres más blancos. Mis pistas fueron los discos que dejaste, los libros o películas de los que habíamos hablado. Poco a poco fui dibujando el fantasmal mapa de una ciudad que habrías amado. Cuando empecé a creer que ya no podías vivir allí, que era imposible no haberte encontrado en ningún sitio siendo tú, amplié el radio de búsqueda. Empecé a intentar construir el mundo con tus recuerdos.

Pero lo más absurdo de esa búsqueda era hablar con conocidos y no preguntar por ti, no usar el teléfono y llamar y preguntar dónde estás. Y lo más casual de aquel encuentro fue no decir nada, poner cara de sorprendido y quedarme callado hablando del tamaño del mundo.

lunes, 15 de septiembre de 2008

Punto y coma

Es agradable ser negro de un escritor famoso, él paga siempre los cafés y yo escribo las mayores paridas que he escrito nunca. Cuando se las doy, las ojea por encima y asiente, “esto no es lo que te pedí pero está bien, sólo tendré que hacer unos retoques”, y yo emito una carcajada ahogada, dando a entender que sé que no va a cambiar nada porque eso le supondría trabajo. Nos solemos citar en lugares donde uno nunca espera encontrar a un escritor famoso, cafeterías de los centros comerciales en el extrarradio y sitios así. Me gusta hacerle rabiar sacando a vista de todo el mundo los folios escritos y el diskette con el archivo de Word (siempre le doy las dos cosas, así se ahorra tener que copiarlo a mano en su ordenador). Me pide entonces que sea más disimulado y mira a su alrededor por si alguien le ha reconocido. “Ni que te estuviera pasando speed, gilipollas”. Mientras estoy con él fumo todo el tiempo y llevo las gafas de sol puestas, como queriendo reprocharle que yo vivo aún en el lado salvaje y él es un aburguesado farsante que se prostituye con su traje a medida, aunque ambos sabemos que las fiestas con cocaína y prostitutas se las pega él, que yo sólo puedo permitirme el tabaco y el Alprazolan con receta de vez en cuando.

El otro día le pregunté por qué venía él a entrevistarse conmigo y no su editor o su agente o algún desgraciado becario de la editorial y, resoplando como diciendo está bien voy a ser sincero, me dijo que en su editorial no sabían que contaba con mis servicios (me gustó lo de mis servicios, me hizo sentirme como 007), que no lo sabían ni siquiera su agente ni su mujer, que lo hacía por la falta de tiempo, los plazos de entrega, etc, que su método de trabajo consistía en idear la estructura de una novela y encargarme a mí las partes menos importantes para así centrarse él en las otras. “No, si ahora resulta que la novela la vas a haber escrito tú de verdad”, le dije entonces, y cuando vi su cara de enfado tuve que relajar la situación como se relajan las situaciones con todos los escritores, halagándolo: “oye, pues estoy deseando leer tus partes importantes.” “En cualquier caso”, volví a decir después de un silencio, aplastando un cigarrillo como había visto hacerlo a Bob Dylan en vídeos del año 65, “deberías contarlo en tu editorial, esto es muy común hoy en día, no se van a sentir engañados. Las mismas editoriales suelen tener sus propios negros, puedes decirles que me interesa estar en plantilla, que me sale muy bien el estilo de Cela.”
“Cela está muerto.”
“Pues mejor, hombre, no se encuentra una obra póstuma de Cela todos los días.”

Y así me van las cosas, yo cuento a todo el mundo que soy negro del escritor famoso y la gente se ríe, aunque pocos me toman en serio. He llegado incluso a estamparme una camiseta que dice: “Soy el negro de Escritor Famoso”, y debajo sale el logotipo de Dharma, que no tiene nada que ver con el escritor famoso pero me parece divertido. Lo mejor es cuando me encuentro con algún fan y éste se enfada por el mero hecho de insinuar que su Escritor Famoso usa (cuenta con los servicios de) negros. “Esas cosas se descubren enseguida, no es tan fácil imitar el estilo de alguien.” Yo respondo que qué es el estilo, que para la mayoría de escritores el estilo se limita a elegir si usan el punto y coma o no.

sábado, 13 de septiembre de 2008

Llevaba ya mucho tiempo sin escribir y me alegra comprobar que sigue haciéndose igual: una palabra detrás de otra, paso a paso, guiándose más por el ritmo que por el sentido, hasta que se embala uno y se deja caer en esa tela de araña que, aunque lo parezca, no es lineal ni por asomo.

(Bien pensado, igual dejé de escribir por esta sensación de vacío.)

martes, 9 de septiembre de 2008

Vanguardia y terrorismo


En 1919 Marcel Duchamp compró una postal de la Gioconda en el museo del Louvre, le pintó bigotes y perilla con un rotulador, escribió una broma grosera en su margen inferior (L.H.O.O.Q, que se leería en francés como Elle a chaud au cul) y la presentó como un nuevo objeto artístico. Fue un acto típicamente dadá, equivalente a decir: ya no nos sirven los viejos cánones del mundo racional, no creemos en la belleza ni la moral de los ancianos, despreciamos la herencia de la Cultura con ridículas mayúsculas, y nuestro desprecio se manifiesta en la burla, la risa es nuestra rebeldía.

A finales de los cincuenta el grupo de artistas y pensadores autodenominado Internacional Situacionista se sintió inspirado por aquella obra de Duchamp. Proclamaban su intención de acabar con la cultura occidental, de abolir ese solipsismo en el que desembocaba todo racionalismo. Iban a construir un nuevo mundo no basado en números y leyes (bajo las multiplicaciones sangre de pato), sino en la diversión y la poesía. Fueron los ideólogos del mayo del 68 francés, aquella revolución en la que pareció que iba a pasar algo, pero tras la que todo siguió igual, excepto que algunos camorristas parisinos se ganaron fama de intelectuales de izquierda y plazas de catedráticos. Los situacionistas llegaron a estar considerados como un grupo terrorista, pero su ataque al orden establecido se realizó en el campo de juego de las vanguardias: las tertulias en los cafés de la banlieu, los panfletos repartidos en las universidades, las revistas literarias con proclamas incendiarias.

Hubo un situacionista que sí traspasó ese límite entre la vanguardia y el terrorismo: fue Ivan Chtcheglov. A comienzos de la década de los cincuenta él veía la Torre Eiffel como símbolo de la monstruosa ciudad moderna. La sociedad capitalista construía su control del individuo mediante el aburrimiento y pequeñas dosis de controlado ocio (la televisión, las vacaciones haciendo inofensivo turismo…). Para Chtcheglov, la torre era un amasijo de hierros antiestético (y la ciudad situacionista estaría presidida por una nueva belleza) y, además, era la máxima muestra del adormecedor ocio moderno, un trofeo para turistas (foto y a casa). La policía encontró en su buhardilla suficientes explosivos preparados para hacer detonar la Torre entera.

En 1989, en la película Batman de Tim Burton, el personaje del Joker, interpretado por Jack Nicholson, irrumpe en un museo para pintar con spray sobre los óleos de los grandes maestros. En un homenaje muy consciente a Duchamp, pinta un bigote sobre un Degas, emborrona un Rembrandt y finalmente se planta frente a un Bacon, lo observa unos segundos y dice a sus esbirros: “éste no lo toquéis, me gusta como está.”

domingo, 7 de septiembre de 2008

Jeff Tweedy

Anoche fui a ver a Jeff Tweedy al auditorio de Murcia. Era la quinta vez que lo veía, la segunda sin Wilco, así que llegué y me senté como quien va a ver a alguien de su familia. Y lo de familia no es sólo por la frecuencia con que lo veo, sino porque se ha convertido en uno de esos artistas, como Bob Dylan, los Simpson o Roberto Bolaño, que han ejercido tanta influencia en mi vida como mi padre o un buen maestro. Quién sería yo sin Jeff Tweedy, quién sería yo sin los Simpson, quién sería yo sin Roberto Bolaño…

jueves, 4 de septiembre de 2008

Una vez recorrí los 378 kms que separan París de Nantes en el Fiat Panda de una chica alemana. Fue lo más cerca que he estado en mi vida de comprobar empíricamente la teoría de la relatividad de Einstein, es decir: el tiempo entre dos eventos medido por dos observadores no coincide, sino que depende del estado de movimiento relativo entre los dos observadores. Esta chica alemana se empeñaba en difundir la noble tradición de su pueblo de no tener límite de velocidad en las autopistas, de tal modo que dentro del Fiat Panda se generaba una dimensión independiente en la que el tiempo transcurría de forma distinta al resto del mundo. Para empezar aquel coche, por el sonido de su motor y por los estratos de mierda en sus alfombrillas, debía de tener unos ciento veinte años. Como el Fiat Panda empezó a fabricarse en Italia en el año 1980 sólo se me ocurría que se trataba de un Panda del futuro: es decir, un Panda fabricado en 1980 pero que, gracias a la capacidad germánica de superar la velocidad de la luz y encontrar agujeros de gusano, llevaba ciento treinta años viajando en el tiempo hacia delante y hacia atrás. Además, en la radio la chica llevaba un cassette con una música que sonaba exactamente igual al soul de la Motown de los años 60, pero cantado en alemán. Yo no paraba de preguntarme en qué extraño universo paralelo la Motown había grabado sus éxitos en alemán, quizá en uno en que Hitler ganó la Segunda Guerra Mundial. En cualquier caso no tenía tiempo de temer por mi vida porque estaba ocupado preguntándome si al bajar del coche se notaría que había envejecido mucho menos que la gente que había parado a echar gasolina o simplemente había respetado las leyes del continuo espacio-tiempo. Cuando llegamos a Nantes lo primero que se me ocurrió fue ir corriendo a una casa de apuestas nacional para apostar por el resultado del partido Paris Saint Germain- Auxerre, que yo ya había visto antes de salir de París y que estaba a punto de comenzar entonces. Por desgracia todo el mundo esperaba un cero a cero sin necesidad de viajar en el tiempo y mis ganancias no fueron muy grandes, pero dieron para pagar la gasolina del Panda.

Vivir para contarla

Pensando en episodios de mi vida dignos de ser rememorados en una novela o en una peli me he acordado de una vez en que me quedé encerrado en el ascensor de un parking con una mujer embarazada. Parecía una mala teleserie americana. Tras las llamadas de auxilio pertinentes se me ocurrió hacer la broma y dije a la mujer que no se preocupara, que si tenía que dar a luz yo la ayudaba. Ella sonrió y me dijo que era muy poco probable, que estaba sólo de seis meses. A los diez minutos o así el ascensor se puso en marcha otra vez y los dos pudimos salir. Nos despedimos y yo me quedé parado en la puerta del ascensor, pensando en que mi aventura había sido demasiado pequeña para considerarse digna de ser contada. Pero ahora se me ocurre que, visto desde fuera, yo debía de tener un aspecto como en esa peli de cine negro en la que al final el protagonista comprende que la verdad es demasiado amplia (o demasiado compleja, demasiado ambigua, demasiado monstruosa) para ser comprendida y se queda fumando, mirando al vacío con cara de resignación o de pobre idiota.

martes, 2 de septiembre de 2008

Resulta que yo ya escribía un blog y hasta me iba bien con él. Quiero decir, yo escribía todas esas cosas corrientes que se le ocurren a uno en los atascos o paseando al perro y había un pequeño grupo de gente que tenía la deferencia de leerme y a veces hasta de contestarme. No iba a hacerme rico ni famoso, pero como tampoco he sido nunca una persona ambiciosa me bastaba con evitar a mis amigos el tener que soportar mis largas disertaciones sobre la vida de Brian Wilson cuando me tomo dos cervezas. Reservaba ese suplicio para la gente de Internet y estaba satisfecho.

Y sin embargo un día, no sé por qué, miré al blog con otros ojos y me pareció lo más absurdo del mundo, una cosa despegada de la realidad y totalmente innecesaria. La consecuencia de esto fue que lo dejé morir lentamente, como cortándole la respiración asistida. Ni por todo el dinero del mundo hubiera sido capaz de escribir una línea más en aquel lugar que ya no hablaba de mí. Y ahí se ha quedado.

Sin embargo, casi diez meses después, se me ocurre que mi mayor problema no es hablar de mí o no hablar de mí, que en cualquier caso aunque escriba sobre mí estoy mintiendo y aunque escriba sobre otros estoy reflejándome en ellos, es decir, intentando hablar de mí, pero como es imposible hablar de mí, porque todo es mentira, la única conclusión posible es que estamos (escribiendo y leyendo) sobre el vacío, estamos tejiendo una tela de araña sobre el inmenso vacío que es tu nombre, mi nombre. Y eso es agradable.

Se me ocurre ahora que quizá mi único problema era querer ser Flaubert y que Flaubert, como todo el mundo sabe, era un amargado.