jueves, 23 de octubre de 2008

Cada día me parece más obsoleta la vieja noción vanguardista del artista como creador con mayúsculas, como demiurgo elevado por encima de los mortales. Cada día estoy más convencido de que la belleza, como la energía, no se crea, sino que es perenne y huidiza. El oficio del artista sería el de encontrarla, la esencia de técnicas como el ready made o el collage en la literatura consiste solamente en eso: en invitarnos a mirar las cosas con otros ojos, a hacernos creer que nuestro mundo está infectado de belleza y que sólo es necesario cambiar de lente para descubrirlo.

El arte ya está creado, está ahí, imaginémoslo por un segundo como partículas flotando en el aire, imaginemos que esas partículas entran en combustión cada vez que se rozan con los ojos adecuados.

sábado, 18 de octubre de 2008

La batalla de las Ardenas

En el año 2020 Francia decidió expulsar a los millones de inmigrantes sin trabajo que hacinaban sus campos de concentración esperando a que se les diese una utilidad. Al ser demasiado costoso repatriarlos uno a uno a sus países de origen (entre otras cosas porque muchos ya no tenían país de origen), se decidió que lo más humano sería hacerlos salir de Francia a pie por la frontera con Bélgica, ya que hacerles cruzar los Pirineos equivaldría a otra sentencia de muerte. El ejército sería el encargado de acompañarlos hasta abandonar el país, debidamente armados para atajar más que probables rebeliones. Las autoridades belgas, sin embargo, se cansaron de decir que no aceptaban en su territorio esta enorme masa de expulsados y que no consentirían que Francia echase sus problemas por la puerta de atrás. Como nadie en Francia se dio por aludido y el proyecto de expulsión unilateral siguió adelante, Bélgica dispuso su ejército en la zona más llana de las Ardenas, por donde previsiblemente llegarían los inmigrantes, para no dejar a nadie cruzar la frontera sin permiso. Tras un penoso viaje a pie a través de toda Francia, los expulsados llegaron al valle en cuestión donde limitan los dos países. El ejército belga vio una línea de miles de personas que, empujada desde atrás, cruzaba la frontera que ellos se habían propuesto defender. Como nadie se detenía al atravesar la línea imaginaria (eran empujados, cada vez con más ansiedad, por los franceses), tras unos segundos de vacilación, abrieron fuego. Los inmigrantes que estaban en segunda línea, al ver que lo que tenían enfrente era un fusilamiento seguro, intentaron dar la vuelta hacia suelo francés, pero se estrellaron contra los escudos y las tanquetas que los habían arrastrado hasta allí. Durante unos minutos el ejército belga disparó contra una masa de gente de espaldas, gente de rodillas, gente en el suelo que era arrastrada siempre hacia el este. El gobierno belga afirmó que a continuación el ejército francés cruzó la frontera e invadió su territorio, probablemente porque ya habían expulsado a todos los inmigrantes pero continuaban avanzando, empujando ya a nadie pero aún empujando. El gobierno francés, por su parte, afirmó que el ejército belga abrió fuego indiscriminadamente y sin motivo contra el ejército francés, probablemente porque ya no quedaban inmigrantes de pie que pudieran servir de escudo, y que las balas belgas fueron las que invadieron suelo francés, además de cabezas y pechos también franceses. El caso es que los dos ejércitos, una vez desaparecida la línea imaginaria encarnada por inmigrantes de carne y hueso, se enzarzaron en una batalla a campo abierto que acabó con la casi total destrucción de ambos bandos. Un helicóptero de televisión que grababa estupefacto lo que estaba sucediendo, cruzando en su vuelo una y otra vez la frontera, fue derribado por un misil de procedencia desconocida y se estrelló en suelo francés.

sábado, 11 de octubre de 2008

Jesús



Vi a Jesús. Vi al bendito niño Jesús que se me acercaba desnudo y con los brazos abiertos. De su entrepierna surgía un resplandor de oro puro que le tapaba las vergüenzas de tan brillante que era. No pude sostener su mirada limpia y profunda: lo miraba a él unos segundos y después tenía que bajar los ojos para mirarme las rodillas (estaba de rodillas en el suelo). Mucho antes de que empezase a hablar yo ya estaba llorando, lloraba porque estaba viendo al niño Jesús, pero cuando empezó a hablar (con una voz de abismo que no era la de un niño, era la voz de un dios) me estremecí, comencé a gemir como un perrito y creo que hasta me meé encima. “Manuel”, me dijo, y seguramente fue entonces cuando me meé, porque hacía años que nadie me llamaba Manuel, todos me llamaban Sarita. “Manuel, qué estás haciendo con tu vida.” Aquí quise hablar y contestar, no lo sé niño Jesús, estoy perdida, pero no me salió la voz. Entonces comprendí que no había terminado de hablar, que aquélla era una pregunta retórica y que a Dios no se le contesta. “Manuel endereza tu vida, aún estás a tiempo.”

Cuando desperté aún estaba en los baños de la gasolinera de Juan, que me deja siempre las llaves para trabajar, pero el tío al que se la estaba chupando, un hombre de unos cincuenta años muy simpático llamado Matías, se había ido. Me extrañó que Matías me hubiera dejado tirado así, era un hombre muy bueno que venía todos los lunes a que se la chupara. Normalmente se preocupaba por mi vida, me preguntaba si me hacía falta algo y pagaba muy bien. Dejé allí la peluca y los tacones y me fui andando descalzo a casa.

Sabía que en casa no lo entenderían, que se iban a reír de mí. No me importaba: les conté a todas que había visto al niño Jesús y que me había conminado a cambiar de vida, que a partir del día siguiente volvería a ser Manolo y que iba a ser una buena cristiana. Cristiano. “Sarita, lo que a ti te ha pasado”, me dijo Reichel, “es que te has metido demasiado Speed.” Sonreí. “Puede ser. Pero Dios está en todas partes. También en el Speed.” Y después Xena, con esa boca de veneno que tiene, “A ver bonita, por qué Jesús quiere que tú te salves y nosotras le damos igual. Que yo sepa aquí cagamos y meamos todas y no creo que tú seas mejor. Qué tienes tú de distinto.” Xena, puta envidiosa.

Al día siguiente me puse la poca ropa de hombre que me quedaba (unos vaqueros no muy ajustados y una camiseta del día de la bici de El Corte Inglés) y salí a la calle a buscar una Iglesia donde purificarme. Contaría al cura mi larga lista de pecados y le diría que estaba a total y entera disposición suya para dar mi vida a Dios. Caminé durante horas y pasé por la puerta de varias iglesias. Me paraba frente a sus puertas pero no entraba. En aquel momento no entendía por qué, pero aquellas no eran mis iglesias. Dios tenía su plan medido al dedillo. A la cuarta o quinta iglesia que encontré volví a ver al niño Jesús, esta vez pintado en la fachada. Era exactamente la misma imagen que se me había aparecido la noche anterior: el niño dios con los brazos alzados y su entrepierna luminosa. Si aquello no era una señal que bajase Dios y me lo explicara mejor.

Me costó unos segundos habituarme a la poca luz del interior de la iglesia. Pude ver la silueta de un hombre en una escalera reparando algo en la pared. Le pregunté si era él el cura y, sin hablarme, se limitó a señalar a otra silueta negra que estaba barriendo el altar. Me acerqué al altar y a la silueta a la vez que mis pupilas se iban dilatando. “Señor cura”, dije, y la silueta se giró para mirarme y entonces pude verlo de frente. Me acordé de las palabras de Xena. Ya lo entendía todo. Efectivamente, a Dios le importaba un comino si yo me salvaba o no. Yo sólo era una oveja descarriada de los miles de millones de ovejas descarriadas que hay en el mundo, no podía preocuparse por mí en particular. Sin embargo, aquél era un caso distinto: el pastor se había descarriado, era el guía el que estaba perdido y podía acabar tirando a todo su rebaño por un precipicio. Dios se me había aparecido no para salvarme, sino para que le ayudase a salvar a su pastor, el pastor era importante y yo no.

Me acerqué a él con los brazos abiertos, como si yo fuese el niño dios, y le grité: “Matías ¿por qué te fuiste anoche?”.


martes, 7 de octubre de 2008


2
Al interpretar los sueños los despojamos de su carácter de sueños, intentamos darles una enjundia racional que no tienen, los convertimos en otra cosa: piezas de museo, Literatura, espectáculo…

3
Hoy he soñado que vomitaba lana. Me curvaba hacia delante, tosía con dolor y de mi boca escapaba una gruesa hebra de lana. Cuando ya había vomitado suficiente contemplaba con agrado que al caer al suelo la lana estaba formando un perfecto ovillo. Entonces deseaba separarme de él y cortaba con unas tijeras el último hilo que conectaba mi estómago con el ovillo. En mi boca quedaba un pequeño hilo colgando, como cuando en los dibujos animados el gato se come a un ratón y la cola de éste aún le asoma entre los dientes.

miércoles, 1 de octubre de 2008

El quince de marzo de 2004 yo estaba en la línea dos (la azul) del metro de París acompañando a una amiga que buscaba la cafetería donde, todos los jueves por la mañana, Alejandro Jodorowsky leía el tarot a quien quisiera. Teníamos que llegar temprano porque, según mi amiga, siempre había un reguero de peregrinos, sobre todo chilenos, mexicanos y españoles, esperando a que les leyeran su vida. Yo no creía en el tarot, pero iba pensando todo el tiempo en El Topo, una película que a los diecisiete años me había parecido muy importante pero que había olvidado hasta esa misma mañana, cuando mi amiga me pidió que la acompañara. Pensaba en El Topo y pensaba en los muslos de la chica con quien la había visto. Entonces me tragaba películas del todo incomprensibles por estar cerca de unos muslos, me dije a mí mismo en el metro, y de vez en cuando miraba de reojo los muslos de la otra chica a través de la oscuridad chirriante de los túneles de París. Estos segundos muslos, los del tarot, los miraba por costumbre, no estaba allí sentado para mirarlos o para tenerlos cerca. Estaba allí sentado porque aquella chica era mi amiga y porque ir a que nos echaran las cartas me parecía un plan lo suficientemente extravagante como para emplear una mañana. Con la chica del Topo nunca conseguí nada. (Pensaba en todas las mujeres con las que nunca había conseguido nada. Pensaba en un monje budista quemándose en las puertas de la embajada de Estados Unidos). Habíamos cogido el metro en Villiers, teníamos que bajarnos en Ménilmontant; el viaje no podía llevarnos más de media hora, pero yo ya estaba repasando mi vida y pensando en las protestas contra la guerra de Vietnam. Comenté a mi amiga que podíamos parar en Barbès-Rochechouart a almorzar, pero me contestó que ni hablar, que cuanto antes llegásemos mejor. Yo me empezaba a impacientar. ¿Media hora? Se me ocurrió que todo aquello era un sueño con interpretación alegórica, que éramos dos peregrinos atravesando el desierto (un desierto negro y ruidoso) para encontrar al gran Mago de Oz, que el viaje sería larguísimo y al llegar descubriríamos que el Mago era un fraude, que la magia estaba en nosotros y que el camino nos habría ayudado a encontrarla. (Pigalle). ¿Media hora? Pensé entonces que no había alegoría posible, que todo era mentira, que el viaje sería eterno y nunca nos bajaríamos del tren.