lunes, 3 de noviembre de 2008

Lugares propicios

Esta mañana estaba parado en un atasco mirándome la barba de tres días en el espejo retrovisor (a eso ha quedado reducida mi rebelión contra el mundo, a ir al trabajo sin afeitar; me hace pensar que, aunque sólo sea en un pequeño detalle, no he pasado por el aro), escuchando en la radio Looking out my back door de la CCR cuando, al girar la cabeza al ritmo de la música, he visto al tipo del coche de al lado, un Ford Mondeo, llorando desconsoladamente. Lo primero que me ha llamado la atención no es que estuviera llorando, sino la forma en que lo hacía: no se tapaba la cara con las manos, no agachaba la cabeza, seguía mirando al frente y lloraba a lágrima viva sin tratar de ocultarlo. La música, las ventanas cerradas y el aire corriendo entre los dos coches me han impedido comprobarlo, pero por los gestos de su boca diría que estaba gritando, que lloraba berreando como un bebé. Al principio no he querido prestarle mucha atención, si uno lo considera detenidamente un atasco en una autovía camino del trabajo a las siete de una mañana de noviembre es el lugar más propicio del mundo para llorar, pero, conforme pasaba el tiempo y el atasco no se movía, veía al tipo llorando con su cara desencajada y he comenzado a obsesionarme. Después de reflexionarlo mucho he cogido un cigarro y me he bajado del coche con la intención de golpear amistosamente su ventanilla y ofrecérselo como pequeño gesto de comprensión, como diciendo “sino fuera porque no me he afeitado esta mañana yo también estaría llorando”, pero justo cuando he bordeado mi coche y estaba a unos pasos del suyo el atasco se ha puesto en marcha otra vez. El tipo ha arrancado el motor y ha salido disparado, por poco me lleva a mí por delante, y yo he tenido que volver corriendo porque los coches de mi fila ya estaban pitando impacientes.

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