jueves, 4 de septiembre de 2008

Vivir para contarla

Pensando en episodios de mi vida dignos de ser rememorados en una novela o en una peli me he acordado de una vez en que me quedé encerrado en el ascensor de un parking con una mujer embarazada. Parecía una mala teleserie americana. Tras las llamadas de auxilio pertinentes se me ocurrió hacer la broma y dije a la mujer que no se preocupara, que si tenía que dar a luz yo la ayudaba. Ella sonrió y me dijo que era muy poco probable, que estaba sólo de seis meses. A los diez minutos o así el ascensor se puso en marcha otra vez y los dos pudimos salir. Nos despedimos y yo me quedé parado en la puerta del ascensor, pensando en que mi aventura había sido demasiado pequeña para considerarse digna de ser contada. Pero ahora se me ocurre que, visto desde fuera, yo debía de tener un aspecto como en esa peli de cine negro en la que al final el protagonista comprende que la verdad es demasiado amplia (o demasiado compleja, demasiado ambigua, demasiado monstruosa) para ser comprendida y se queda fumando, mirando al vacío con cara de resignación o de pobre idiota.

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