martes, 2 de septiembre de 2008

Resulta que yo ya escribía un blog y hasta me iba bien con él. Quiero decir, yo escribía todas esas cosas corrientes que se le ocurren a uno en los atascos o paseando al perro y había un pequeño grupo de gente que tenía la deferencia de leerme y a veces hasta de contestarme. No iba a hacerme rico ni famoso, pero como tampoco he sido nunca una persona ambiciosa me bastaba con evitar a mis amigos el tener que soportar mis largas disertaciones sobre la vida de Brian Wilson cuando me tomo dos cervezas. Reservaba ese suplicio para la gente de Internet y estaba satisfecho.

Y sin embargo un día, no sé por qué, miré al blog con otros ojos y me pareció lo más absurdo del mundo, una cosa despegada de la realidad y totalmente innecesaria. La consecuencia de esto fue que lo dejé morir lentamente, como cortándole la respiración asistida. Ni por todo el dinero del mundo hubiera sido capaz de escribir una línea más en aquel lugar que ya no hablaba de mí. Y ahí se ha quedado.

Sin embargo, casi diez meses después, se me ocurre que mi mayor problema no es hablar de mí o no hablar de mí, que en cualquier caso aunque escriba sobre mí estoy mintiendo y aunque escriba sobre otros estoy reflejándome en ellos, es decir, intentando hablar de mí, pero como es imposible hablar de mí, porque todo es mentira, la única conclusión posible es que estamos (escribiendo y leyendo) sobre el vacío, estamos tejiendo una tela de araña sobre el inmenso vacío que es tu nombre, mi nombre. Y eso es agradable.

Se me ocurre ahora que quizá mi único problema era querer ser Flaubert y que Flaubert, como todo el mundo sabe, era un amargado.

No hay comentarios: