domingo, 21 de septiembre de 2008

Nos encontramos en Londres, en la Tate Modern, ambos mirando el mismo cuadro, ignorando cada uno a la persona que tenía al lado, hasta descubrirlo de soslayo, volver la cabeza y mirarnos de frente. La sorpresa congeló el momento y sólo dijimos banalidades, qué pequeño es el mundo, dos mil kilómetros de distancia y nos encontramos aquí, qué casualidad. Alguien pudo haber dicho, pero no lo hicimos, aquello de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas. Yo pude haber dicho, pero no lo hice, que ninguna otra persona además de nosotros hubiera reparado en ese cuadro: una muchacha leyendo sola en una habitación de hotel, un cuadro que ni siquiera pertenecía a ese museo, un cuadro que significaba otra cosa para ti y para mí. Pude haber dicho, pero no lo hice, que había venido solamente para verlo, que cuando me enteré de la exposición decidí tomar el Eurostar y cruzar el canal de la Mancha, que había llegado aquella tarde y probablemente me iría esa noche porque no me había preocupado ni de buscar hotel. Pude haber dicho, pero no lo hice, que aquella era la última tentativa de una absurda búsqueda consistente en intentar ver el mundo con tus ojos, que me movía por París intentando ser tú, tratando de adivinar qué lugares disfrutarías visitando: iba al cine a ver películas que, pensaba, podrían gustarte, a bares y a conciertos que respondían a tus aficiones, a plazas y a jardines desde los que se veían los atardeceres más blancos. Mis pistas fueron los discos que dejaste, los libros o películas de los que habíamos hablado. Poco a poco fui dibujando el fantasmal mapa de una ciudad que habrías amado. Cuando empecé a creer que ya no podías vivir allí, que era imposible no haberte encontrado en ningún sitio siendo tú, amplié el radio de búsqueda. Empecé a intentar construir el mundo con tus recuerdos.

Pero lo más absurdo de esa búsqueda era hablar con conocidos y no preguntar por ti, no usar el teléfono y llamar y preguntar dónde estás. Y lo más casual de aquel encuentro fue no decir nada, poner cara de sorprendido y quedarme callado hablando del tamaño del mundo.

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