martes, 9 de septiembre de 2008

Vanguardia y terrorismo


En 1919 Marcel Duchamp compró una postal de la Gioconda en el museo del Louvre, le pintó bigotes y perilla con un rotulador, escribió una broma grosera en su margen inferior (L.H.O.O.Q, que se leería en francés como Elle a chaud au cul) y la presentó como un nuevo objeto artístico. Fue un acto típicamente dadá, equivalente a decir: ya no nos sirven los viejos cánones del mundo racional, no creemos en la belleza ni la moral de los ancianos, despreciamos la herencia de la Cultura con ridículas mayúsculas, y nuestro desprecio se manifiesta en la burla, la risa es nuestra rebeldía.

A finales de los cincuenta el grupo de artistas y pensadores autodenominado Internacional Situacionista se sintió inspirado por aquella obra de Duchamp. Proclamaban su intención de acabar con la cultura occidental, de abolir ese solipsismo en el que desembocaba todo racionalismo. Iban a construir un nuevo mundo no basado en números y leyes (bajo las multiplicaciones sangre de pato), sino en la diversión y la poesía. Fueron los ideólogos del mayo del 68 francés, aquella revolución en la que pareció que iba a pasar algo, pero tras la que todo siguió igual, excepto que algunos camorristas parisinos se ganaron fama de intelectuales de izquierda y plazas de catedráticos. Los situacionistas llegaron a estar considerados como un grupo terrorista, pero su ataque al orden establecido se realizó en el campo de juego de las vanguardias: las tertulias en los cafés de la banlieu, los panfletos repartidos en las universidades, las revistas literarias con proclamas incendiarias.

Hubo un situacionista que sí traspasó ese límite entre la vanguardia y el terrorismo: fue Ivan Chtcheglov. A comienzos de la década de los cincuenta él veía la Torre Eiffel como símbolo de la monstruosa ciudad moderna. La sociedad capitalista construía su control del individuo mediante el aburrimiento y pequeñas dosis de controlado ocio (la televisión, las vacaciones haciendo inofensivo turismo…). Para Chtcheglov, la torre era un amasijo de hierros antiestético (y la ciudad situacionista estaría presidida por una nueva belleza) y, además, era la máxima muestra del adormecedor ocio moderno, un trofeo para turistas (foto y a casa). La policía encontró en su buhardilla suficientes explosivos preparados para hacer detonar la Torre entera.

En 1989, en la película Batman de Tim Burton, el personaje del Joker, interpretado por Jack Nicholson, irrumpe en un museo para pintar con spray sobre los óleos de los grandes maestros. En un homenaje muy consciente a Duchamp, pinta un bigote sobre un Degas, emborrona un Rembrandt y finalmente se planta frente a un Bacon, lo observa unos segundos y dice a sus esbirros: “éste no lo toquéis, me gusta como está.”

3 comentarios:

Morrison dijo...

En la última de Batman no encuentro ningún homenaje a ningún artista. Es menos intelectual, sin duda.

Bueno nene, ya ando por aquí.

José Lorente dijo...

Hombre, en la última de Batman, la secuencia inicial del atraco al banco puede interpretarse como un homenaje a la película de atracos a bancos más molona de la historia... ¡HEAT!

Si se te aparece el fantasma de Joyce le llamas tuerto de mi parte.

Morrison dijo...

Hablando de Bacon, otro grande Irlandés (Bernard Shaw) nació al final de mi calle aquí en Dublín. De momento en sueños sólo se me ha aparecido Oscar Wilde, haciendo proposiciones muy poco decorosas. En breve te daré mi dire, pero creo que mi madre va a mandarme un paquete con ropa y esas cosas, así que si le das el libro, me lo manda ella. Si adjuntaras un par de dvds con alguna selección de pelis, te lo agradecería mucho, porque aquí nos capan la mula.

saludos!