lunes, 21 de septiembre de 2009

Retorno al pasado



En el año 2002 escribí una novelita de cien páginas que aún no he destruido pero me da vergüenza recordar, se llamaba Retorno al pasado y pretendía ser una novela existencial con reminiscencias del género policíaco. En ella el protagonista, un profesor de instituto insatisfecho con su vida, investigaba el suicidio de su mejor amigo sucedido muchos años atrás, en la adolescencia. Creía tener motivos para sospechar que esa muerte no fue un suicidio, que su amigo podía estar metido en algunos embrollos con gente peligrosa y que, por lo tanto, podría tratarse de un asesinato. Estas pesquisas le llevaban a recordar episodios de su adolescencia y a entrevistarse con gente de su pasado. La obsesión de mi protagonista con aquella muerte debía interpretarse, pensaba yo, como la obsesión con el punto exacto en que acabó su juventud, con el día en que murieron aquellos adolescentes y nacieron estos adultos amargados. Otros personajes del libro, como la esposa del profesor, pensaban que todo se debía al aburrimiento, que mi protagonista quería ver fantasmas donde no los había para intentar crear un hecho reseñable que sacase su vida de la mediocridad. Al final parecía que el profesor iba a descubrir algo, que se estaba acercando a algún tipo de verdad, pero descubrir esa verdad podía resultar peligroso, había gente interesada en que todo permaneciese oculto. Entonces decidía retirarse, obligarse a sí mismo a creer que sus sospechas no eran más que imaginaciones y volver a su confortable vida de mediocridad y aburrimiento.

Por suerte no llegué a mandar la novela a ninguna editorial ni se la di a leer a demasiada gente. No necesito decir que es una novela mala, muy mala. Peor que eso, es una novela poco original; basta con echar un vistazo a la sección de novedades de cualquier librería para contabilizar cuántas novelas actuales tienen “reminiscencias del género policíaco.” Y basta ojear los argumentos de esas novelas para contabilizar, rayando en la vergüenza ajena, cuántas están protagonizadas por profesores de literatura, críticos literarios o escritores mismos. La gente que ha hecho de la literatura su profesión está empeñada en convertirse a sí misma en héroes de esa literatura, en legitimar su forma de vida hasta el punto de querer hacerla el centro de cualquier representación del mundo.

En ese 2002 yo aún estudiaba segundo de Filología Hispánica y guardaba grandes esperanzas en mi porvenir como escritor. Había publicado poemas en revistas del ámbito universitario y ganado algún concurso patrocinado por ayuntamientos de provincias. Mi salto a la prosa estuvo motivado, para qué ocultarlo, por la escasa repercusión de estos pequeños éxitos y la nula retribución económica. Me había pasado toda mi vida pensando en mí como escritor y, ahora que parecía empezar a serlo, aquello no se parecía en nada a lo que había imaginado. Espero que no se me juzgue muy severamente por esta motivación tan poco literaria (juzguen en cualquier caso a mi yo de veinte años, como ahora yo mismo hago desde esta extraña perspectiva que da el tiempo). Estudiaba segundo de Filología, digo, y estaba sin saberlo, al menos conscientemente, escribiendo una pequeña profecía con mi historia de un profesor amargado. Porque debo decir que actualmente soy un profesor relativamente amargado, aunque entonces yo quería ser escritor y sentía mi destino de escritor con todos los huesos de mi cuerpo. Para los estudiantes de Filología que se sienten a sí mismos como escritores con todos los huesos de su cuerpo siempre existe el fantasma, allí al final de los años de exámenes y correrías, de las oposiciones a secundaria. Todos se matriculan en la carrera sabiendo que el final más lógico de sus estudios es acabar dando clases, ya sea en institutos, ya en la universidad, pero todos creen que ellos podrán escaparse de ese destino gracias a su genio de escritores. En ese momento fue una suerte no creer en interpretaciones psicoanalíticas de la literatura, porque si no habría tenido que enfrentarme con una sospecha que afloraba en aquello que estaba escribiendo: que mi calidad como escritor no era suficiente para salvarme, que, pese a mis poemas y mis premios de provincia, estaba condenado a acabar ganándome la vida en un instituto, que mi obra era una obra mediocre. Se me ocurre de esta forma que yo estaba escribiendo lo que iba a ser mi vida antes de vivirla, que estaba prefigurando cómo mis mayores temores iban, uno tras otro, a acabar convirtiéndose en realidad. Creo que nadie en la historia de la literatura ha hecho algo así, de modo que, si he de reservarme alguna gloria por mi corta obra, ésta puede ser la de iniciar un nuevo tipo de autobiografía, la biografía profética o futura.

3 comentarios:

reginorey dijo...

Vaya por dios, no sé si te has dado cuenta pero esta entrada es muy buena como literatura, te aseguro que si una novela empieza así la leo hasta el final. Te puedo asegurar que el tema de esa novela es muy interesante, quizá sí existan más novelas parecidas, pero, yo que estoy cara a cara con las novedades literarias, te aseguro que se escriben verdaderos truños. Que con veinte años escribas un texto donde no aparezcan frases como "nadie me entiende", "hacia dónde voy", "soy especial pero nadie lo sabe" es todo un logro, de verdad.
Por otro lado, lo siento majo, pero la literatura profética ya está inventada ¿qué es 1984 de Orwell?
Te diría que no pierdas la esperanza de ser escritor, pero más bien tengo que decir que no pierdas las ganas, no creo que el ser o no escritor dependa de uno mismo, lo de publicar ya es otra cosa.

José Lorente dijo...

Gracias, Re, me has dicho lo mejor que me podía decir nadie. En realidad Retorno al pasado no existe, y esta entrada es el primer capítulo de un proyecto de novela que actualmente va por la página 22, aunque lleva tiempo atascado. Respuestas como la tuya me dicen: “termínala, hijo de puta.”

Por lo demás, y para no generar más confusiones, debo decir que la entrada es ficticia, tan ficticia como al menos me apetece a mí que sea. No me considero un profesor relativamente amargado, si acaso eventualmente amargado, y cada vez más eventualmente, y respecto a las ambiciones literarias: mi única ambición es poder seguir escribiendo, que es lo que más me gusta hacer en esta vida. Hasta hoy afortunadamente siempre he tenido tiempo para hacerlo, cualquier otra cosa será un segundo premio.

Irene dijo...

Volver es un ejercicio, involuntario a veces, de melancolía y de finalidad indeterminada. A mí siempre me atrapan los flash-backs.

Me encanta tu entrada, como la de 'Jesús' en su día y estoy con Regino, leería esa novela de un tirón (y ya conocemos mis últimos problemas con la lectura).

Avanti!!