jueves, 10 de septiembre de 2009

Noches de cocaína

Reconozco que, como tanta gente, me he apuntado tarde al carro de J. G. Ballard. No después de su muerte, que ya comenté aquí, sino un poco antes, a raíz de esta bonita exposición en el Macba, que hizo que, sin haber leído una sola línea suya, acabara declarándome fan incondicional.

La semana pasada terminé de leer Noches de cocaína, el primer libro de una trilogía ambientada en las costas europeas en los últimos años del siglo XX. El escritor de guías de viajes Charles Prentice llega a la Costa del Sol para intentar ayudar a su hermano, director del club náutico de Estrella de Mar, una urbanización residencial para ingleses que vegetan perpetuamente amodorrados por el sol y la sangría, que ha sido acusado de un cuádruple asesinato tras el extraño incendio de una mansión del residencial. Pronto Charles descubre que ni siquiera la policía española cree que su hermano sea el autor del incendio, pero éste insiste en declararse culpable. Investigando sobre la naturaleza del crimen y sobre qué motivos han podido llevar a su hermano a tal confesión, acabará descubriendo en realidad el mundo oculto de Estrella de Mar, un mundo con una extraña moral infectada de crímenes, cocaína y sexo violento.

Al principio el libro no parece un libro de Ballard: primero porque sucede en el presente y no en un futuro distópico, y segundo porque en sus primeros compases el argumento remite más a una novela negra tipo Raymond Chandler que a la ciencia ficción esperable… Llegado un determinado momento, sin embargo, un mundo sumergido estalla en nuestras caras y acabamos preguntándonos si lo que la novela está contando, aunque suceda en 1999, no es en realidad el futuro, nuestro irremediable futuro, o si acaso es ya nuestro presente, igual que todos los monstruosos futuros narrados por Ballard son disecciones de nuestro presente. Justo cuando eso sucede olvidamos también que la novela había arrancado con las pesquisas de un asesinato para quedar fascinados en la exhibición de un mundo enfermo.

Esa fascinación por lo oscuro es clave en la obra de Ballard: la sociedad que nos describe es una sociedad enferma, pero no podemos quitar los ojos de ella. Podemos interpretar Noches de cocaína, como Bienvenidos a Metrocentre y otras cuantas, como una crítica a la sociedad de consumo actual, que se va ahogando en una moral cada vez más hedonista, y podemos también ver en su argumento una tesis que aboga por la necesidad que la sociedad tiene del crimen para estar despierta, de corromperse para explotar todas sus posibilidades. Lo realmente importante y ballardiano es que el autor en ningún momento es capaz de decantarse por ninguna de estas dos posturas, sino que se mueve entre la fascinación morbosa y el escándalo moralista, Al final el narrador de la obra se va confundiendo cada vez más con la perversión del entorno, hasta dilucidar que quizá ese es el camino adecuado.

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