miércoles, 7 de enero de 2009

Atraco


Una vez sufrí un atraco, aunque no debería usar esa palabra porque no creo que se ajuste realmente a lo que me sucedió. Por atraco imaginamos a un individuo armado que amenaza a otro para que le dé algo que lleva encima. En esta situación, el atracado siempre tiene la posibilidad de elegir: resistirse o entregar lo que le piden, intentar ser un héroe o actuar como un cobarde, ser calculador y sopesar el riesgo con las pérdidas o ser imprudente e impulsivo. Yo, sin embargo, no tuve elección alguna, porque no tuve tiempo de darme cuenta de que me estaban atracando. Digamos entonces que sufrí un asalto. Era tarde, alrededor de las tres de la madrugada, salía de casa de unos amigos donde había estado cenando y bebiendo y charlando agradablemente. Llevaba tres libros bajo el brazo, uno prestado por mi anfitrión y los otros dos devueltos por éste. De repente me golpearon en la nuca con algo (un hierro, un bate, una porra, imposible saberlo ya), con tal fuerza que caí de bruces. Una vez en el suelo me dieron una patada en la cara que me rompió dos dientes y me hizo perder el conocimiento (Días después el dentista me colocó dos prótesis donde aún sangraba la herida, lo que hace que a día de hoy mis incisivos se vean ennegrecidos). Cuando desperté estaba solo en la calle, los atracadores me habían dado la vuelta y dejado boca arriba. Se habían llevado la cartera que guardaba en el bolsillo interior de la chaqueta, el reloj y el móvil. Dejaron los tres libros. Eran los Cuadernos de Valéry, La subasta del lote 49 de Pynchon y Bartleby y compañía de Vila-Matas. Lo primero que hice al levantarme fue recogerlos, como el adolescente que se cae con todos los papeles del instituto delante de sus compañeros, después me dí cuenta de que me habían robado. Desde entonces esos tres libros me recuerdan el atraco. Sé que todo es azar, que no hay vínculo posible entre ellos y la mala suerte, pero no puedo evitar preguntarme si todo habría sucedido igual si hubiese llevado otros libros, si al unirse los tres bajo mi brazo no conjuraron algún tipo de energía que provocó la desgracia. Sé que es absurdo, y sin embargo no puedo evitar pensar que si, por ejemplo, en vez de haber tomado los Cuadernos de Valéry hubiese elegido otro libro, más del agrado de mi anfitrión, me habría entretenido unos minutos hablando con él de ese libro y mis agresores hubiesen pasado de largo en su ronda nocturna. Los he releído buscando alguna señal, algún indicio del atraco en sus páginas, sé que es imposible y aun así no los puedo leer de otra forma. A veces me pregunto también si los atracadores sabían qué libros eran, si antes de darme la vuelta y echar mano a mi cartera se detuvieron a curiosear los títulos y convinieron que no los necesitaban, si conocían a los autores o creyeron que me había merecido los golpes por ellos. Me hubiese gustado, para dar más sentido a todo esto, llevar uno de Raymond Chandler.

2 comentarios:

Irene dijo...

Habría tenido más sentido y, además, cuando te hubieras levantado podrías haber dicho algo muy sagaz a lo Marlowe. Un momento... ¡Crees en el karma!

José Lorente dijo...

Más bien, como diría Earl Hickey, creo en... ¡Carson Daly!