viernes, 12 de diciembre de 2008

Bolaño


“Que es como decir, muchachos, les dije, que veía los esfuerzos y los sueños, todos confundidos en un mismo fracaso, y que ese fracaso se llamaba alegría” (Los detectives salvajes)

Leí en prensa hace unos días que Bolaño está arrasando en Estados Unidos, que su novela 2666 ha sido elegida la mejor del año por la revista Time y que hasta podría ser una seria candidata para el Pulitzer. No puedo dejar de alegrarme por el éxito de un autor que está entre mis favoritos desde que leí Los detectives salvajes, que siempre vivió la literatura, y perdón por la cita, con una honestidad brutal, y que sin embargo sólo pudo vivir de ella casi al final de su vida. Su prestigio no ha hecho sino crecer desde su temprana muerte, pero en el mundo hispánico ese prestigio parece relegado al del escritor de culto, entronizado por el boca a boca, sin demasiado protagonismo en los medios ni los ámbitos “oficiales”. No piso una facultad de letras desde hace cuatro años y jamás he escuchado el nombre de Bolaño en una de ellas; allí siguen resonando Vargas Llosa, García Márquez… los popes del boom, los más modernos del año 68. No voy a cometer la estupidez de despreciar la obra de éstos para ensalzar la de otro, sigo considerando las primeras novelas de estos autores clásicos del siglo XX, pero reconozco que, exceptuando siempre a Cortázar, estos tipos con el paso de los años han llegado a caerme francamente mal, a resultarme unos plomizos más desvelados que el pobre progre Aute, unos gilipollas capaces de dejar de hablarse por su “opinión política sobre Cuba”, en fin, unos falsos y unos mafiosos aprovechados.

Yo estaba hablando de Bolaño y me voy donde no debo. Decía que me alegro de su éxito póstumo en Estados Unidos, pero hay algo en ese éxito que me resulta extraño y desnaturalizado. Para empezar porque la gran impulsora de 2666 ha sido, agárrense, Oprah Winfrey, la presentadora súper-magnate que a mí no deja de recordarme a una Ana Rosa Quintana a lo grande (en todos los sentidos). La señora Winfrey, en su talk show, tiene un club de lectura desde el que recomienda libros con tal repercusión que es capaz de hundir una novela o proporcionarle ventas millonarias (véase el caso del año pasado de La carretera de Cormac McCarthy, que llegó a hacerse con el Pulitzer tras ser recomendada en el programa; La carretera para mí es una buena novela, pero a años luz de la obra maestra de McCarthy que es Meridiano de sangre). Hay quien dirá que esto es una muestra de que en Estados Unidos están más avanzados que aquí, que en el equivalente yanqui de El diario de Patricia se recomiendan libros, y no cualquier libro precisamente. Puede ser. Pero a mí me rechina. Serán mis prejuicios, no me imagino a millones de amas de casa estadounidenses con 2666 debajo del brazo. No lo entiendo. A ese tipo de gente que vive en barrios residenciales que parecen Disneylandia y que van a misa todos los domingos me los imagino leyendo La Catedral del Mar o El Niño del pijama de rayas, pero no me los puedo imaginar leyendo a Bolaño. Bolaño fue siempre, perdón otra vez por la cita, a contracorriente, casi huyendo del éxito, destilando un odio visceral a eso que llaman “vida literaria” (hay una memorable entrevista circulando por Internet en la que le preguntan si se tomaría un café con su compatriota Isabel Allende y responde, logrando sonar cínico y modesto a la vez, algo así como para qué, qué va a tener él que hablar con esa señora). La literatura de Bolaño es una literatura de la destrucción, del ocaso, está poblada por jóvenes que queman sus vidas tras un sueño difuso, incomprensible a veces también para ellos, de niñas violadas y asesinadas, de melancólicos enfermos que se inmolan por ser literatura. La literatura de Bolaño quiere destruir el mundo de cosas ordenadas, de racionalismo y dinero, ese mundo en el que precisamente ahora está triunfando. Bolaño, por mucho que ahora venda millones y lo adornen con premios, siempre tendrá el adolescente aroma del fracaso, y siempre lo enarbolará como una bandera.







1 comentario:

re dijo...

Es muy curioso que en ese tipo de programas recomienden dos libros que, aunque me han gustado mucho, no son fáciles, vamos que requieren un esfuerzo. 2666 lo tengo pendiente de releer, me engancharon mucho las dos primeras partes, luego me descentré. La Carretera me gustó por la obsesión y la claustrofobia que provoca su lectura, pero fue tan denso como leer un poema extra-largo. Quizá subestime a los espectadores de dicho programa, pero intuyo que quizá el programa sea hago así como una "guía para ser culto en cualquier fiesta". De todos modos, me alegraría mucho que Cormac o Bolaño sean superventas, el primero para tener buena salud para escribir mucho más y el segundo para que su familia viva bien, por haber creado a todo un escritor.
Respecto a Vargas y Márquez, quizá valoro actualmente más a Márquez, pero sí, no entiendo el motivo por el que no suenan en las universidades nombres como Bolaño o Rodrigo Fresán, por poner un ejemplo.