lunes, 24 de noviembre de 2008

La huida



Un día al volver del trabajo, sin comprender demasiado bien por qué (porque es temprano, porque aún no tiene ganas de llegar a casa), permanece sentado en el metro mientras ve el cartel de su estación, la estación de todos los días, alejarse poco a poco hasta que se sumerge de nuevo en lo oscuro. A partir de este instante el tren que tan bien conoce va a llevarle a lugares extraños, piensa, pequeños rincones de la ciudad que no ha visitado en toda una vida. Después de algunas paradas pocas veces vistas pero aún familiares, el tren abandona el subsuelo y se lanza al exterior, deja de ser metro para ser realmente tren. Observa los edificios nuevos, cada vez más bajos hasta que se convierten en casas. Y esto ya es el campo. Llegado un momento experimenta un extraño placer al pensar que si apareciese allí de repente, si por ejemplo un grupo de bandidos en la calle le tapasen la cabeza, lo metiesen por la fuerza en un coche y después de un trayecto lo soltasen allí, no podría volver a su casa, tendría la desorientada sensación de no saber si está aún en su ciudad o en un país extranjero. Al final el tren se detiene y debe bajar. De repente la excitación de contemplar un mundo nuevo a través de la ventana se convierte en miedo, miedo reflejado en la bocanada de aire caliente que le escupe en la boca. La estación está vacía. La quietud de todo contrasta con la velocidad con la que se sucedían los paisajes. Desorientado, aún acobardado, se acerca a la ventanilla de billetes donde un hombre adormilado lo mira sorprendido, como si no entendiese su traje y su maletín de oficina. Qué le trae a usted por aquí, le pregunta antes de que pueda abrir la boca. Y él se siente totalmente absurdo, incapaz de explicar su huida, pero aún así sabe que no puede mentir, que después de llegar hasta allí tiene que decir a aquel hombre que simplemente quería estar en un lugar donde nunca había estado, ofrecer a sus ojos un alimento que nunca habían probado y no la sopa de todos los días. Está esperando que le traten de loco, que le digan vaya una tontería, váyase a su casa que lo estarán echando de menos, pero el hombre de la ventanilla simplemente sonríe y le extiende un billete. Lo mira y responde, éste no es un billete para volver a la ciudad. El hombre de la ventanilla sigue sonriendo, no qué va, es un billete para que vaya usted un poco más lejos.


1 comentario:

Irene dijo...

Estoy deseando que alguien me diga que el billete es para ir más lejos, no para volver. Una huida hacia delante. Sé que es una palabra con mala prensa... Dicen que huir es de cobardes, yo creo que es de valientes. Dejar lo conocido por algo más, ampliar. Tahúres desnudos, con dados ganan condados... (jeje)