viernes, 11 de enero de 2013

Camareros




“Yo no soy racista pero… es que ellos no son humanos.  No entiendo por qué debemos considerarlos así, a los zombis.  No me molestó cuando el tendero de la esquina dejó de ser Juan para ser Pèi Pèi, ni cuando los taxistas empezaron a llamarse todos Said.  No soy racista, pero cuando vienes a un restaurante y el camarero está echando espuma por la boca, cuando eres incapaz de entenderle porque sólo emite gruñidos, cuando las manos con las que te sirve la comida están en proceso de descomposición… ¿Rechazarías a tu madre si se convierte un día en un zombi? Me preguntan quienes presumes de tolerarlos, esos defiendelotodo buscando causas perdidas.  Si mi madre algún día se convierte en zombi será porque le ha mordido algún zombi. ¿No dicen que están controlados? ¿No están haciendo su agosto los mataderos vendiéndoles cerebro de caballo? Pues éste no para de mirarme el cuello, no sé si para morderme o para robarme el collar, que por cierto me lo regaló Luis por nuestro aniversario, tiene que costar un pastón.  Digo que no extrañaría que además de necrófagos fuesen ladrones.  Carmen, la de Ortega, que siempre presume de ser de izquierdas, ya me dirás tú el mérito que tiene eso, contrató a uno como asistenta. Supongo que necesitaba demostrar lo magnánima que es, como si su tolerancia y solidaridad no tuvieran límites, ni siquiera con los muertos.  Lo tuvo que despedir al mes porque le robaba las pieles.  Toda una colección de abrigos preciosos  desapareció en cuestión de días.  Al principio pensaron que se los comía, que de alguna forma le recordaban a animales vivos e intentaba alimentarse con ellos, pero qué va, saben muy bien cuando algo está vivo, cuando está crudo y es apetecible para ellos.   Simplemente se los robaba. Terminaba su jornada y antes de marcharse entraba en el dormitorio de Carmen, abría el armario  y se marchaba con un abrigo puesto.  Los encontraron todos en un contenedor dos calles más abajo.  Inservibles, claro, manchados de sangre y con un olor repugnante imposible de quitar.  
            Son asquerosos. Cerebro de caballo.  Trabajan de camareros en restaurantes de cien euros el cubierto pero se alimentan de cerebro de caballo. Ya los encuentras absolutamente en todas partes, son una pandemia y un mal para la sociedad. Nos quitan el trabajo. Bueno, no a ti ni a mí, pero a la gente en general. ¿Cuándo fue la última vez que viste a un camarero puertorriqueño? Ya no hay, todos los patrones prefieren a los zombis.  Claro, les pueden pagar una miseria porque solo se alimentan de porquerías y no gastan dinero en ropa, los tienen casi todo el día trabajando porque nunca duermen, no necesitan días libres porque no tienen vida personal ni ocio siquiera. Son animales, mecánicos y repetitivos. Les dices que no vengan a trabajar en domingo porque el local cierra y da igual, el domingo a las siete de la mañana los tienes  a todos en la puerta esperando. ¿Qué hacen los empresarios en estos casos? Pues empezar a abrir los domingos, mejor para ellos.  Y esto va a más. Hoy los ves en los restaurantes pero quién sabe mañana qué será lo próximo. ¿Zombis en las universidades con nuestros hijos?  Claro.  El hecho de tener la parte superior del cerebro muerta, de moverse solamente por impulsos del cerebelo, no va a ser un impedimento.  Con esta moda de la discriminación positiva el tener cerebro dejará de ser un requisito para entrar en la universidad.  
 No aprendimos nada del tiempo en que su existencia fue un rumor, una fantasía para películas adolescentes difícil de creer.  El ejército los exterminaba en secreto. Si aparecía un brote en un pueblo arrasaban el pueblo y santas pascuas.  Muerto el perro… Nunca mejor dicho.  Pero claro, se organizan.  Un general tiene un día reparos en incendiar una escuela llena de niñitos zombis encerrados y les da tiempo a organizarse.  Y una vez organizados ya son un colectivo, no se les puede encerrar ni disparar en la cabeza, eso sería antidemocrático.  Los políticos buscan votos, les da igual de quien vengan.  Un día las vacas formarán también un partido y entonces nos volveremos todos vegetarianos.  Habrá que integrarlas.  Bueno, bueno, me callo que ya viene otra vez. Señor, qué asco…

Tomaré de entrante un cornete de nori con frambuesa y soja y después los riñones de cabrito con consomé al jerez, yogur e hinojo. Muchas gracias.”




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